Repasando
mi cuaderno de notas me he detenido en el siguiente artículo de Manuel Vicent, titulado “ZAPATOS”, que hace referencia a las
sucesivas etapas psicológicas de la vida a través de un par de zapatos viejos y
que no he podido resistir la tentación de asociar con la idea de este blog, y
qué mejor para ilustrar su prólogo.
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Los zapatos que uno desecha, si van a parar a un basurero distinto, se llevan también el alma dividida. |
ZAPATOS
A la hora de desechar por viejos
a un par de zapatos piensa qué será de ellos si van a parar cada uno a un
distinto contenedor de basura, después de haber pasado juntos toda la vida.
Ante el destino aciago que los ha separado, los zapatos viejos suelen llorar
cada uno por su lado al recordar que un día calzaron a aquel niño salvaje que
trepaba por los árboles; a aquel chaval nervioso que daba patadas a los botes
en la calle camino del colegio; a aquel chico enamorado que los lustraba para
ir a bailar con la novia a las verbenas; a aquel joven inconformista que
siempre iba detrás de una pancarta equivocada; a aquel recién casado que
durante el paseo en las tardes desoladas de domingo los arrastraba en silencio
junto a su mujer tirando de un carrito de bebé; a aquel señor metido en
política que tuvo que pisar innumerables charcos; a aquel anciano melancólico
que renunció a ellos cuando ya no podía atarse los cordones si no era
blasfemando. La historia de cada persona puede ser escrita a través de los
zapatos que ha calzado a lo largo de los años: aquellos que dejó en el balcón
la noche de Reyes; o aquellos de dos tonos, blancos y color café, con rejilla,
de hortera; o las botas rudas de excursionista buscador de setas; o los
mocasines de tafilete con dos borlitas, de lechuguino; o los últimos con las
suelas pintadas de negro betún de Judea con los que cualquiera será enterrado.
El alma se le baja a uno hasta los pies al caminar y gracias a que queda
atrapada en los zapatos, no se pierde en la calle a merced de cualquier perro
sarnoso que quiera pasarle la lengua después de olisquearla. Uno siempre es
responsable de los zapatos que calza y a partir de ellos, como si fueran raíces
llenas del fermento de la tierra, el individuo se desarrolla. Subiendo por las
piernas, las caderas y las vísceras se puede llegar al alma de cada persona,
que suele ser de la misma calidad de piel y de una horma parecida. En la
memoria están todos los zapatos que uno ha llevado, los indómitos, los
flexibles, los dóciles, los correosos, según las sucesivas etapas psicológicas
de una vida. Los zapatos que uno desecha, si van a parar a un basurero
distinto, se llevan también el alma dividida. Y allí puede que recuerden con
orgullo o desprecio al individuo que los calzó.
[Manuel Vicent. El País 08/01/2012]