miércoles, 12 de abril de 2017

EL RASTRO DE ZARAGOZA. FUENTE DE RECURSOS E INSPIRACIÓN

 A principios del mes de Diciembre de 2014 me decidí a visitar por primera vez la actual ubicación del rastro de Zaragoza, que tiene lugar todos los domingos por la mañana  y los miércoles que coinciden con calendario festivo.

Varios convecinos amigos, asiduos a este rastro maño, me hablaban de él y por ello me interesé ante la posibilidad de encontrar material que me sirviese para la elaboración de alguno de mis proyectos creativos.

De la mano de mi colega Carlos Sebastián, pintor decorador de profesión y artista del metal reciclado por vocación, curtido conocedor de los entresijos del rastro y sus moradores, me adentro en este submundo por descubrir en esta mi primera visita al rastro zaragozano.

Su actual emplazamiento, que ocupa una superficie de 162.547 metros cuadrados en el inservible parking de la Expo junto al barrio de la Almozara, se ubica en el aparcamiento sur de la Expo de Zaragoza, tras la Estación de Delicias.

 El nuevo solar para el rastro zaragozano cuenta con dos módulos de aseos y de cafeterías en sus extremos, para atender la demanda de sus visitantes.

No es el Rastro de Madrid, ni mucho menos, pero yo gocé como los chiquillos en Port Aventura, recorriendo los numerosos y caóticos puestos, disfrutando de su ambiente y observando la diversidad de materiales que podrían encajar en mis ideas.

No tiene la pátina, la solera, el encanto del Rastro madrileño, con sus callejuelas y establecimientos fijos, ya que es una gran explanada expuesta a todas las inclemencias del tiempo y sobre todo al violento y racheado cierzo. Pero eso sí, es un espacio muy ventilado en invierno y muy soleado en verano.

Pero bueno, abrigándose bien en invierno o con sombrero en verano, se puede disfrutar recorriendo sus puestos, separados por una calle central del mercadillo generalista, con sus centenares de puestos de ropa, lencería, calzado, bolsos, marroquinería y un sinfín de retales y paños de todos los colores a precios de ganga.

Centrándonos en el rastro de segunda mano, la gente mira, observa,  pregunta y regatea por los diversos e insospechados objetos puestos a la venta, o simplemente pasea, mientras la policía municipal merodea entre las calles, retirando los puestos “ilegales”  y la hierbabuena y el perejil que acaban de requisar a quienes intentaban sacarse algún dinerillo vendiendo por libre estas hierbas de aderezo.

Todos los vendedores del Rastro tienen actualmente un puesto asignado por el Ayuntamiento, marcado y numerado en el suelo de la calle y pagan una contribución municipal en función del espacio ocupado y de su ubicación.

Entre magrebíes, payos y gitanos, se distribuyen estos espacios, sobre todo destacando estos últimos, por la importancia que desde un principio ha tenido la etnia gitana en la historia del rastro.

En sus puestos podemos encontrar a la venta todo tipo de utensilios, muebles y cachivaches averiados por el tiempo, castigados por la fortuna o sustraídos por el ingenio a sus legítimos dueños.

Allí es donde acuden a proveerse de los respectivos menesteres las clases desfavorecidas, los emigrantes en busca de oportunidades, y los artistas y artesanos rastreando materiales para su creatividad.

A los tinglados de los chamarileros, henchidos de todo tipo de herramientas, aperos agrícolas, cerraduras, material de electricidad, bombillas, repuestos de automóvil, grifos antiguos, objetos de decoración, lámparas, cazos, sartenes, candiles, relojes, cadenas y otras baratijas, montones improvisados de libros, comics, estampas y cuadros viejos, CDs y discos de vinilo, instrumentos de música, accesorios de informática y ofimática, material fotográfico, que cubren desordenadamente el pequeño espacio de pavimento que dejan los puestos fijos, acuden los rebuscadores de antigüedades, arqueólogos y numismáticos del deshecho, bibliógrafos y coleccionistas de lo viejo..."

Algunos revendedores se quejan de que ahora hay más regateo que antes por la crisis y otros son reacios con las nuevas tecnologías, ya que “desde que han surgido las televisiones de pantalla plana, la gente ya no compra las muñecas y los toricos de adorno como antes, porque no caben encima del aparato”.

Este primer día fue un recorrido rápido, quería ver todo y apenas adquirí algunas chatarrillas iniciándome en el regateo, pero llegué a la conclusión de que este paraíso de Diógenes era una gran fuente de recursos e inspiración, y a partir de este día me hice visitante asiduo de este gran bazar en busca de tesoros.

A día de hoy, hemos formado una pequeña cuadrilla de parroquianos asiduos al rastro dominguero zaragozano, compuesta, además de un servidor, por mi colega Carlos el pintor, Pedro, el carpintero de Murchante, Dorín, el rumano afincado en Zaragoza y  quien nos ha bautizado como “los dionisios”, confundiendo a Diógenes, asociado con la acumulación de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos, con Dionisio, dios griego del vino. Puntualmente, a las 9 de la mañana, nos reunimos en la cafetería sur del rastro para tomamos un café, aunque Dorín que es un gentleman reacio porque lo sirven en recipiente de plástico y trata de convencernos para salir fuera del rastro para saborear el café en vaso de cristal y que de momento no lo ha conseguido.

  

 

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